Mira la hormiga, perezoso,
observa sus caminos y sé sabio:
Ella, sin tener capitán,
gobernador ni señor,
prepara en el verano su comida,
recoge en el tiempo de la siega su sustento.
PROV 6:6-8
Es común en estos días que las personas nos encontremos bastante ocupadas en diversas labores que absorban gran parte de nuestro tiempo, dejándonos así pocas posibilidades de atender como se debe nuestra esfera espiritual. Sin embargo, son precisamente esas labores tan demandantes de nuestra vida, como la escuela, el trabajo, los quehaceres cotidianos, etc., las que nos deben impulsar a buscar un escaparate saludable para el alma, aunque ello requiera, muchas veces, un esfuerzo extra de nuestras energías.
La pereza espiritual hace referencia al descuido del alma y su relación con Dios. Se puede caracterizar por desgano general, ánimo mezquino, negligencia, ocio y continuo rechazo al sacrificio. Como toda clase de pereza, pone miles de pretextos para quedarse en su zona de conformidad, por así decirlo, y nos lleva poco a poco a un estado de egoísmo inconsciente cada vez más profundo y más difícil de dejar.
Podríamos pensar que la vida no es fácil (un engaño) y que lo primordial es atender las necesidades básicas. Cierto, pero por lo mismo este artículo va dirigido a personas con un camino espiritual ya recorrido, que también se encuentran viviendo una vida cotidiana luchando por no afanarse solo a las cuestiones materiales.
En nuestro mundo existen muchas actividades recreativas a nuestro alcance (cine, teatro, deportes) que nos gusta utilizar para relajarnos y distraernos, pero también tenemos nuestra vida espiritual que nos llena de satisfacción y nos renueva cuando fomentamos su crecimiento.
Es por ello que se hace necesario reflexionar en qué tanto atendemos nuestro espíritu y nuestra relación con la Deidad. Si bien es complicado encontrar el momento y el espacio para esta área, que a decir verdad es de las más importantes, será más complicada nuestra vida si no hacemos el esfuerzo por dedicarle el tiempo que merece. Además muchos tenemos un profundo sentido de reverencia por ciertos rituales, fechas o actitudes que merecen la pena conservar, siempre y cuando no sea acosta de nuestra salud física o emocional. No se trata de ningún modo caer en el extremo opuesto.
Dejar que la pereza espiritual nos invada es como dejar que nuestra casa se ensucie porque no “tenemos tiempo” para limpiarla. Nadie dice que es fácil, en un principio no lo es, pero se requiere esfuerzo y determinación para conservar una vida espiritual estable y tratar, en serio, de apegarse a las actitudes o tradiciones del camino que cada uno sigue y en el que tiene puesta su convicción.
Por esto debemos estar atentos, en cualquier momento nos podría pasar sin darnos cuenta. La solución es siempre mirar hacia adentro y ser realmente sinceros en lo que nos pasa y lo que queremos hacer. Si nos entusiasma dar buen fruto espiritual entonces es necesario trabajar en nuestro espíritu, pero antes trabajar la voluntad y el carácter hasta adquirir firmeza y constancia, reconociendo que cada segundo es una nueva oportunidad de crear y transformar nuestras vidas.